“Por fin, gracias Dios mío. Yo sé que va a ser un buen presidente y nos va a ayudar a los menos favorecidos, esto va a cambiar para bien”, dijo Alejandro Forero, un discapacitado y desempleado de 40 años, mientras lloraba en su silla de ruedas en un coliseo de Bogotá en donde se reunieron los seguidores de Petro.
El presidente electo se comprometió en campaña a iniciar una negociación de paz con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), a implementar el acuerdo de paz del 2016 con la desmovilizada guerrilla de las FARC, incluidas las disidencias que regresaron a la lucha armada, y a buscar el sometimiento de las bandas criminales implicadas en el narcotráfico.
Petro ha sabido leer el descontento social de un país que estalló en protestas y que salió de la pandemia más consciente de la tremenda desigualdad del país, una de las mayores del mundo, y con deseos de cambio tras décadas gobernado por lo que Petro llamó «los mismos de siempre».
Petro no sólo es el primer presidente de izquierda del país, sino ser el primer presidente costeño, y de la mano de la primera vicepresidenta, Francia Márquez, quiere reflejar el país multicultural que es Colombia.