Masivas protestas en Israel por reforma judicial

 Masivas protestas en Israel por reforma judicial

Israel atraviesa una de las mayores crisis políticas y sociales de su historia por la controvertida reforma judicial que ha llevado al Parlamento el Gobierno de Benjamín Netanyahu. La tensión ha crecido en los últimos días hasta motivar este lunes una huelga general, que ha paralizado los puertos clave y los despegues desde el principal aeropuerto del país, a raíz de la destitución del ministro de Defensa, Yoav Gallant, por desmarcarse de la reforma. ¿Cómo se ha llegado a este punto?

¿Cuál es el origen de la crisis?
El pasado noviembre, el Likud, el partido de derechas que lidera Benjamín Netanyahu (el dirigente que más años ha estado en el poder en Israel), ganó las elecciones legislativas. Incapaz de formar Gobierno a su izquierda, por el rechazo tanto de enemigos como de antiguos aliados, formó con la reforzada extrema derecha y los partidos ultraortodoxos la coalición más derechista de la historia del país desde su creación en 1948.

Netanyahu, que no promovió una reforma judicial en sus anteriores mandatos (1996-1999 y 2009-2021), llegaba al poder imputado en tres causas por soborno, fraude y abuso de confianza. Por su parte, los partidos ultranacionalistas tenían desde hace tiempo en el punto de mira al Tribunal Supremo, al que ven como una especie de poder por encima del poder, un puñado de asquenazíes (judíos originarios del centro y este de Europa, asociados a la élite que edificó el país) que utiliza su prerrogativa de tumbar leyes para vaciar de contenido la voluntad popular expresada en las urnas.

A la tercera pata de la coalición, los partidos ultraortodoxos, le convenía que el Ejecutivo controle el Supremo para asegurarse de que no serán obligados a efectuar el servicio militar, obligatorio para casi todo el resto de judíos israelíes. Uno de ellos, Shas, tenía además especial interés en despojar a la Justicia de la capacidad de tumbar nombramientos, como hizo el pasado enero, al anular el del líder de la formación, Aryeh Deri, como ministro de Interior y Sanidad.

La suma de estas voluntades hizo que a principios de enero, pocos días después de jurar los cargos, el Gobierno presentase su reforma judicial.

¿En qué consiste la reforma?
Se trata de un amplio paquete legislativo del que solo una ley ha sido ratificada en el Parlamento, el pasado jueves, la que dificulta la inhabilitación del primer ministro al despojar de la facultad a un cargo técnico legal y circunscribir las causas para apartarlo del cargo a una condición física o mental. Otras iniciativas del paquete han pasado en la Knesset la primera lectura de las tres lecturas necesarias para convertirse en realidad.

En su conjunto, la reforma (que los manifestantes llaman “golpe de Estado judicial”) golpearía la división de poderes, al debilitar al judicial en beneficio del Ejecutivo, cambiaría el método de elección de los jueces y, lo más polémico, permitiría al Parlamento reaprobar leyes previamente tumbadas por el Supremo. La corte tiene esa potestad al estilo del Constitucional en España. Israel carece de Constitución, pero se guía por una serie de leyes básicas, y el Supremo tiene la facultad de interpretar si una ley regular vulnera alguna de ellas.

¿Por qué tantos israelíes se han movilizado?
El bloque pro-Netanyahu ganó las elecciones en número de diputados. Pero, en porcentaje de votos, obtuvo alrededor del 50%, los mismos que el bloque de partidos en contra. Es decir, los comicios pusieron fin al bloqueo político del país, al dibujar una coalición clara tras cinco elecciones en tres años, pero no a la división en dos mitades en torno a la figura de Netanyahu, que genera reacciones muy viscerales.

La reforma judicial puso la mecha, pero no ha sido el único motivo de la protesta casi desde el principio. Por un lado, se junta el rechazo a Netanyahu y, en general, a un Gobierno tan radical, religioso, derechista y masculino. Mientras se sucedían las manifestaciones, por ejemplo, un ministro (Bezalel Smotrich, Finanzas) abogó por “borrar” una localidad palestina en la que decenas de colonos radicales acababan de matar a una persona y quemar decenas de casas y coches.

Por otro, están los miedos. Los de las mujeres y los de colectivos como el LGTBI a que sus derechos resulten vulnerados si el Gobierno toma al asalto el último dique (el Supremo) que les protegería de leyes discriminatorias. Los de reservistas y soldados, a recibir órdenes imposibles de cumplir o a ser juzgados un día en el extranjero por crímenes de guerra si Israel pasa a ser considerado internacionalmente como un país sin justicia independiente. Por último, los de trabajadores y empresarios a que la reforma golpee y cierre al mundo la vibrante economía israelí.

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